**Es necesario demandar el derecho a estar desconectado, para tener tiempo libre. Libre para leer, libre para los encuentros cara a cara, libre para hablar con vecinos, libre para caminar en un parque y tener contacto con la naturaleza, para reunirse con los hijos y dejar de rendirle culto al celular **

CIUDAD MCY.- Los jerarcas de la tecnocracia mercantilista que desean dirigir los destinos de la educación y la conciben como un vulgar negocio venían anunciando desde hace muchos años los efectos maravillosos que tendría la colonización tecnológica en el proceso educativo.

Es así como los gurúes de la microelectrónica Bill Gates, Steve Jobs, Nicholas Negroponte; los divulgadores de éxito mediático Thomas Friedman y Jeremy Rifkin; los sociólogos de la información, entre ellos a Manuel Castells, y los pretendidos teóricos de la educación, por ejemplo, Sugana Mitra con su proyecto de “Escuela en la Nube”, y los erigidos como profetas de las “tecno-utopía digital”, señalaban que eran necesarios otro tipo de pedagogía y una nueva educación, cuya característica principal debía ser la invasión del espacio escolar por los artefactos microelectrónicos que debían ir sustituyendo a los profesores, convertirlos en simples mediadores entre los aparatos y los estudiantes y, como por arte de magia, los niños y jóvenes se volverían sabios y creadores.

Arrogantemente, para citar un solo ejemplo, Sugana Mitra dice en su texto escrito en 2019 que ese libro es “para ayudarle a ver que su hijo no necesita docentes. Creemos que los alumnos pueden aprender en la nube”, y agrega que “si se les da acceso a internet en grupo los niños pueden aprender cualquier cosa por sí mismos”, y completa su visión determinista con la siguiente perla: “Internet sabe lo que los miles de millones de personas que componemos la humanidad sabemos y queremos comunicar”.

COLONIZACIÓN DIGITAL DE LA ESCUELA

La pandemia del coronavirus, con el confinamiento forzoso que generó y la interrupción súbita y mundial de la educación presencial, fue la oportunidad idealizada por los “tecnoutopistas” mencionados, unos para ver crecer sus negocios (vendiendo millones adicionales de dispositivos microelectrónicos) y otros para implementar en la práctica su anunciada “revolucionaria” educación virtual.

En los dos últimos años se ha puesto en marcha la colonización virtual del espacio escolar y del proceso laboral de los profesores. Esta experiencia real permite juzgar los anuncios de Mitra y compañía con la dura realidad que ha sacado a flote la ciber educación remota.

Para empezar, se evidenció la desigualdad social en el terreno educativo y en el acceso a artefactos electrónicos. La brecha tecnológica mundial y local en cada país confirmó la mentira de un acceso universal a internet, lo cual está condicionado por el nivel de ingreso y la pertenencia de clase.

Resulta melodramático que, en medio de tanta parafernalia tecnológica, en muchos lugares del mundo el contacto educativo se dio con las guías de clase en papel, escritas a mano y lápiz, que miles de niños y profesores deben andar en bicicleta o en burro para ir hasta el lugar más cercano donde encontrar un lugar para reunirse o poder enviar un mensaje virtual.

En los lugares donde se pudieron usar los artefactos microelectrónicos, el optimismo del principio dio paso en poco tiempo a la ansiedad y el hastío, sobre todo de los estudiantes. Se demostró que una cosa es estar conectado y otra comunicarse, y que la virtualidad no puede sustituir la interacción cara a cara.

El proceso educativo se abrió al fisgoneo de padres y familiares de los estudiantes y se generó una insoportable intromisión en la labor de los profesores, que se multiplicaron para atender además de los estudiantes a través de las pantallas, a los padres que entraron a dictaminar cómo se debía enseñar, tal como si fueran expertos en pedagogía.

Eso ha sido posible gracias a la tenencia de los artefactos digitales y lo han sufrido los profesores y estudiantes, porque se rompió la separación entre tiempo de trabajo, de estudio y el de la vida, entre el espacio escolar y el del hogar. El celular y otros dispositivos devinieron en una nueva cadena de montaje, con el agravante de que funciona las 24 horas y es usado de manera desmedida por los esclavizados de ese aparato.

EL EDUCADOR CONECTADO, CONTROLADO Y EXPLOTADO

Los profesores vieron incrementado su tiempo de trabajo, al día y la noche, a sábados y domingos, porque aumentaron sus labores y todo el tiempo tenían que lidiar con la intromisión abusiva de padres y mentores para responder a cualquier ocurrencia y disparate.

En ese sentido, el WhatsApp es un insoportable medio invasivo que cercena la autonomía docente.

También es un eficaz medio de control para los dueños de los colegios y sus administradores. Ese control externo, sueño de los educadores autoritarios de siempre, se hizo posible estos días con el teléfono inteligente, al que siempre se debía estar conectado, para rendir cuenta fuera de su horario de trabajo a sus patronos.

Durante la pandemia se demostró la explotación de los docentes, aumentó la intensidad laboral y se alargó la jornada de trabajo. Se agudizó la precarización de la labor docente, con sus malos salarios y con los efectos negativos en términos de salud física y mental que genera el estrés digital, como producto de la utilización continua durante jornadas interminables de celulares y computadores.

Para completar, en cuanto al aprendizaje nada que ver con los anuncios demagógicos de Sugata Mitra y compañía de que los niños y jóvenes iban a aprender por sí mismos, solo con acceder a los computadores y al internet. Sucedió lo contrario: una pérdida de conocimientos y de posibilidades de aprendizaje por el cese de las actividades presenciales, a la par que una carencia de sociabilidad, de afectos y de experiencias compartidas.

En lugar de una nueva educación y de una pedagogía atractiva e innovadora, que iba a tornar sabios a todos e iba a sustituir a los profesores, la generalización de los gadgets microelectrónicos como proyecto totalitario mostró todas sus limitaciones y ha revelado el verdadero sentido del capitalismo digital y cognitivo.

Resumido: Hubo ganadores y perdedores, los negociantes de siempre que incrementaron sus ganancias en pandemia y la comunidad educativa con sus profesores, padres y estudiantes, respectivamente.

EL DERECHO A LA DESCONEXIÓN

El retorno a la educación presencial, a partir de la experiencia vivida, debe plantearse con una diferenciación crucial, que nunca se menciona: el acceso y el uso de lo digital. El acceso se demostró socialmente desigual.

Los Estados deberían impulsar la accesibilidad para las mayorías. Por otro lado, se pediría la autonomía en el uso de los aparatos y en la conectividad de los profesores, alejando la detestable práctica de estar en línea todo el tiempo con patronos, padres de familia y administradores.

En esa dirección, se necesita reclamar un derecho a la desconexión, para tener tiempo libre, volver a leer, privilegiar los encuentros cara a cara, hablar con los vecinos, caminar en un parque, tener contacto con la naturaleza, reunirse con los hijos.

Dejar de rendirle culto al celular, desconectarse de esa invasión digital de estos dos años. La imperiosa necesidad, por cuestiones de salud física y mental, de recuperar la poca libertad que permite el capitalismo, escapar del consumismo depredador, de tener tiempo para pensar en construir otros mundos.

Aparte de reivindicar el derecho a la desconexión, debe proponerse que se habiliten lugares libres de WiFi, que es muy contaminante. Así como en cafeterías, restaurantes, bibliotecas se lee el letrero “libre de humo y de contaminación de tabaco”, deberían existir espacios libres de WiFi.

Esto, además, es una forma práctica de enfrentar el cambio climático y el calentamiento global, porque las comunicaciones virtuales ya consumen más del 10% de la electricidad mundial y cada vez que se envía un mensaje digital se genera CO2 que calienta todavía más el planeta.

En conclusión, si antes de la pandemia se decía que la salvación de la educación estaba en lo digital y virtual, ahora cuando eso podría ser una falacia tecnocrática y se ha demostrado la importancia de las aulas físicas y del profesor en carne y hueso, una reivindicación central de este momento es luchar por el derecho a la desconexión, porque hay vida más allá de internet y sin internet.

MARCOS GAVIDIA