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***El colegio Padre Antonio Leyh está próximo a festejar por todo lo alto su 51 aniversario de fundado como instituto de educación especial, el 23 de julio en los espacios del Teatro de la Ópera de Maracay con una presentación de teatro musical titulada “Una historia de amor especial en el tiempo”

Ciudad MCY.-En la avenida Universidad de El Limón, en el estado Aragua, se encuentra ubicado el Instituto de Educación Especial Padre Antonio Leyh. Situado en un área fresca y montañosa, el recinto recibe a niñas, niños, adolescentes y adultos con necesidades especiales para brindarles una formación neurodiversa, amorosa y adecuada según el requerimiento de cada uno.

PERO, ¿CONOCES LA HISTORIA DE ESTE MAGNÍFICO LUGAR?

La institución fue creada en 1924 con el nombre “Refugios para varones pobres y abandonados”, procediéndose hasta 1955 a la construcción y ampliación periódica de sus instalaciones al pie de la casona de la Hacienda La Trinidad, confiada para ese entonces a la Orden Benedictina de Saint Otilien en calidad de comodato.

Para el año 1945, el refugio pasó a convertirse en Escuela – Granja, y tomó el nombre de Colegio “Padre Antonio Leyh” en honor a su primer director.

La referida Orden administró el colegio hasta 1973, fecha en que fue entregado al Ministerio de Sanidad, hoy en día (Ministerio del Poder Popular para la Salud).

En la actualidad funciona como un instituto de educación especial, creado como Psicopedagógico Padre Leyh y dependiente de la Corporación de Salud del estado Aragua (Corposalud).

Es entonces como buscando entre páginas encontramos memorias de antiguos alumnos que relatan cómo era el funcionamiento del internado, como el hecho de que veían nueve horas de clases diarias, desde el día lunes hasta el sábado al mediodía, “excepto los miércoles por la tarde que era de deporte, con ese horario no daba tiempo para el ocio”, relató Héctor Rodríguez, exalumno del internado.

Entre sus recuerdos, Rodríguez describe cómo era la distribución del recinto: seis dormitorios con 50 camas de metal individuales, un comedor con 24 mesas cada una con espacio para 16 comensales, los espacios de comida eran a las 7:00 am, 12:30 m y 6:30 pm, con meriendas de intermedio. Contó que la iglesia tenía tres filas de bancos y era totalmente iluminada gracias a los vitrales de las mismas, los alumnos asistían dos veces por día a la misa a las 5:30 am y a las 8:00 pm.

El conjunto arquitectónico disponía de cocina, comedor, almacén de alimentos, aulas de clases extensas, talleres, dormitorios, capillas, auditorio, un tanque a cielo abierto que luego pasaría a ser piscina y tres campos de fútbol.

El colegio contaba con extensos campos de cultivo frutales y tenía cría de abejas (apicultura), se abastecían y, además, comercializaban para el sustento.

Rodríguez también recuerda que, en el área recreativa y deportiva, practicaban fútbol, beisbol, natación y voleibol y no faltaba la reproducción de una película los días domingos en el patio principal del internado.

Héctor Rodríguez Bravo estuvo en el centro durante los años 1960 y 1966, y recordó que su padre, Enrique Rodríguez, era empleado del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, por eso junto a sus hermanos lo enviaron a estudiar en el centro educativo.

VALIOSOS RECUERDOS

Franklin Castro cursó en el internado en el año 1968 hasta 1972, y expresó que “la educación que recibíamos era de primera, la atención de los maestros, los hermanos Benedictinos, el personal de cocina con sus tortas de pan del cocinero Servilón, toda la vivencia en esta institución fue grata”.

Son innumerables las historias que dejó en la vida de cada uno de sus alumnos la formación allí impartida, como el caso de Gustavo Pereira, quien alegó: “algo que aprendí y siempre lo practico es la disciplina y la responsabilidad como ciudadano”.

Al trascurrir los años, el internado pasa a seminternado y luego a escuela, donde también quedaron grabadas historias, como lo relata Alberto Delgado: “Yo comencé a estudiar allí en el 1975, cuando ya no era internado, sino Escuela Nacional, todo se veía muy ordenado por los padres, recuerdo que los miércoles íbamos a misa y los jueves a la piscina”.

Lo mismo ocurrió con Maritza González, quien expresó haber sido una de las primeras féminas en ingresar al seminternado, “llegar por primera vez allí con dos compañeras más fue maravilloso, me encantaban los talleres que allí nos impartían y el amor con que nos atendían”.

UNA HISTORIA ESPECIAL

Lo que un día fue centro de estadía para unos monjes y lugar de refugio, esperanza y preparación académica para menores, se convirtió pasado el año 2000 en un instituto de educación especial, que hoy en día imparte estudios neurodiversificados a personas con necesidades especiales. Resulta impresionante ver cómo esa espiritualidad de esperanza, amor y compasión aún perdura entre los cimientos del lugar.

Madres que diariamente llevan a sus hijos a recibir preparación académica, atención, recreación y formación de talleres laborales, observan con detalle cómo con mística y compresión son recibidos con regocijo y cómo ellos, llenos de nuevas expectativas, ingresan al lugar sabiendo que están seguros y que tienen un refugio donde pueden ser libres sin ser juzgados por la sociedad, un sitio desde donde en perfecta comunión con la fe, el amor y la aceptación se sabe que todos son especiales ante los ojos de Dios.

Jenifer Leal 

Fuente: Sitio web: La ciudad recobrada