**El niño llamado Hugo Rafael, segundo de seis hermanos, entre Hugo de los Reyes Chávez y Elena Frías, pasó su infancia al cuidado de su abuela materna, Rosa Inés, llamada por él simplemente Mamá Rosa, quien le inculcó esa pasión por la lectura y la escritura que siempre demostró **
CIUDAD MCY.- Hugo Chávez, Hugo, así a secas, fue un personaje genuinamente excepcional, de carne y hueso, pero que podría ser sacado de la narrativa del realismo mágico de García Márquez. El niño pobre de Sabaneta, una pequeña ciudad de su amada Barinas, que juró no traicionar nunca su infancia de escasez y precariedad, pero rodeado de momentos felices.
Hijo de laboriosos maestros rurales, junto a otros dos de sus hermanos, pasó su infancia al cuidado de su abuela materna, Rosa Inés, y a quien Chávez llamó simplemente Mamá Rosa. Vivió en una casa de palma, con paredes y piso de tierra, que se inundaba con la lluvia.
De niño soñaba con ser pintor y traía en el alma la fantasía de jugar béisbol en las Grandes Ligas, se nutrió toda su vida de sus orígenes humildes.
El niño Hugo aprendió a cultivar rubros como el maíz —que luego molía y transformaba en ricas cachapas para él y sus hermanos— y la lechosa, fruta con que la familia preparaba unos tradicionales dulces llamados “arañas” que Hugo vendía en el pueblo y que con los años le signaron el apodo de “El Arañero de Sabaneta”.
MAMÁ ROSA, SU INSPIRACIÓN
“Yo tuve una abuela que le decían la Negra Inés. Una negra despampanante, famosa en todo el llano, todavía la recuerdan los poetas: la Negra Inés, la de la casa del semeruco, cerca de la iglesia.
Eso suena a recuerdo bonito, profundo y lejano”, contó una vez Chávez, el niño que recorrió las calles de su tierra natal persiguiendo los sueños que consolidó en la adultez, cuando se convirtiera en el principal impulsor de la Revolución Bolivariana en Venezuela, y promotor de la integración entre América Latina y el Caribe.
De la mano de su abuela aprendió a leer y escribir antes de entrar a primer grado. “Mi abuela Rosa Inés nos enseñó a Adán (Adán Chávez, hermano del Comandante) y a mí a leer y a escribir antes de ir a la escuela. Fue nuestra primera maestra.
Ella decía: ‘Tienes que aprender, Huguito’. ¡Las letras redonditas que ella hacía! Quizás de ahí viene mi pasión por la escritura, por la buena ortografía, no cometer ni un error”, contó en una oportunidad.
Al lado de ella supo de las injusticias de este mundo y conoció la estrechez económica y el dolor, pero también la solidaridad. De los labios de ella, extraordinaria narradora, recibió sus primeras lecciones de historia patria, mezclada con leyendas familiares.
El niño Hugo Chávez unía a su extraordinaria inteligencia una férrea disciplina y una asombrosa capacidad de lectura, comprensión y memorización. Fue así como viajó por la Historia, a través de los textos e ilustraciones de las hazañas de los próceres venezolanos que leía en la revista educativa venezolana Tricolor.
Su ídolo fue Isaías “Látigo” Chávez, pitcher en las Grandes Ligas. Nunca lo vio, pero lo imaginaba al escuchar los partidos por la radio. El día que su héroe murió en un accidente de aviación, al joven Hugo, de 14 años de edad, se le vino el mundo encima.
Para ser como el “Látigo”, el muchacho de monte entró al Ejército. Gracias a sus cualidades de pelotero se le abrieron las puertas de la Academia Militar en 1971. Cuatro años después se graduó como oficial del Ejército cuando inició el rumbo del camino revolucionario.
MARCOS GAVIDIA