CIUDAD MCY.- Del impulso de este periodista, crítico, historiador, investigador y gestor cultual surgió en 1985 el Festival de Jóvenes Coreógrafos

“El Festival de Jóvenes Coreógrafos nació hace 37 años bajo la sencilla denominación de encuentro. Sin embargo, su influencia se extendería durante tres décadas de acciones permanentes de la danza escénica venezolana”.

Con esas palabras se refiere Carlos Paolillo (Caracas, 1952) a un evento que impulsó su nombre en el mundo de la danza contemporánea en nuestro país, aunado a otras experiencias significativas, como el Instituto Universitario de Danza o la revista Movimiento Danza Escénica, de las cuales ha sido motor este periodista, crítico, historiador e investigador, abogado y gestor cultural egresado de la Universidad Católica Andrés Bello.

“Del 12 al 14 de julio de 1985 –continúa su relato sobre este evento que ha marcado pauta en la escena nacional– tuvo lugar en el Teatro Alberto de Paz y Mateos el Primer Encuentro de Jóvenes Coreógrafos. En esta edición inicial tomaron parte ocho noveles artistas, junto a un grupo de solidarios intérpretes. La mayoría provenía de destacados desempeños profesionales como bailarines profesionales del Taller Experimental de Danza de la Universidad Central de Venezuela, el Taller de Danza Contemporánea y la agrupación Macrodanza”.

“La receptividad –prosigue– fue entusiasta por parte de un público de allegados y hubo cierto escepticismo entre los especialistas. Sin embargo, lo verdaderamente importante ya había ocurrido: la concreción sobre un escenario de diversidad de inquietudes ante el hecho coreográfico. A partir de allí, el crecimiento fue lento pero progresivo. El número de interesados en integrarse a esta tribuna vino en aumento y los públicos se multiplicaron. Mediaba la década del apuntalamiento de la danza en Venezuela”.

Reconocido con los premios Nacional de Cultura, Mención Danza; Municipal de Danza de la Alcaldía de Caracas (1991, 2007 y 2010), y Premio Internacional Honorífico de Danza Josefina Méndez 2019 de Cuba, cuenta igualmente con un postgrado en Cooperación Cultural Internacional y maestría en Gestión Cultural en la Universidad de Barcelona, España.

Consultado sobre la importancia de este festival, su creador la ubica en “cada una de las primeras oportunidades que ofreció a cientos de creadores emergentes, de acceder a un espacio de representación formal ante una audiencia interesada. También en sus 31 ediciones consecutivas que constituyen su sorprendente bitácora, así como el hecho de haberse convertido en un relevante proyecto artístico internacional de nueva danza a partir de los años noventa”.

“Momentos significativos hubo muchos”, afirma, mencionando muestras coreográficas como Liturgia de encierro, de Luis Viana, presentada en la Sala Rajatabla; En la casa de al lado, de Lídice Abreu, escenificada en la Casona Anauco, y Espuma de champagne, de Miguel Issa, representada en el antiguo edificio del Hotel Miramar de Macuto. “Asimismo, el recital De cuerpo trenzada, que presentó a la bailarina solista Rosaura Hidalgo interpretando obras de Viana, Leyson Ponce y Rafael González.

“Mucho más recientemente, el emotivo concierto de danza titulado Amor amargo, de Ponce, basado en el cuento La hora menguada de Rómulo Gallegos, que como hecho histórico reunió a las fundamentales bailarinas y coreógrafas venezolanas Sonia Sanoja y Graciela Henríquez, producido por la Fundación Jóvenes Coreógrafos de Venezuela”, agrega quien también es profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Nacional Experimental de las Artes de Venezuela, donde le fue otorgado el reconocimiento de Maestro Honorario.

-¿Cómo era el panorama dancístico hace 35 años?
-A partir de los años ochenta, la danza venezolana vivió un destacable proceso de expansión, caracterizado por la diversidad de sus tendencias, que abarcó las manifestaciones autóctonas del ballet neoclásico, así como de la danza contemporánea y sus numerosas vertientes, poseedoras todas de un sorprendente sentido de universalidad. Fue el resultado de iniciativas adelantadas desde la década de los cincuenta e incluso antes, que constituyen los antecedentes que marcaron el camino progresivo hacia su profesionalización.

“Numerosos proyectos artísticos, mayormente independientes y en general subsidiados por el Estado, nacieron y se concretaron para ejercer una influencia determinante dentro del contexto escénico nacional y latinoamericano. La danza de Venezuela y muchos de sus creadores se convirtieron en claras referencias y se hicieron presentes en resonantes plataformas internacionales. El referido proceso se mantuvo hasta inicios de los años dos mil, tiempo que trajo consigo expectativas y cambios”, agrega Paolillo.

¿Cómo llega usted al mundo de la danza y cuáles considera sus contribuciones en este campo?
-Encontré el mundo de la danza a mediados de los años setenta, como curioso y sorprendido espectador. Mi vínculo se hizo más estrecho y profesional al entrar a trabajar en la Dirección de Comunicación Social de Fundarte, para ese entonces vibrante institución rectora de la actividad cultural en la ciudad de Caracas, que funcionaba en el PH del edificio Tajamar de Parque Central. Allí también convivían algunos de los proyectos artísticos y formativos más significativos de la danza capitalina: el Ballet Internacional de Caracas, luego Ballet Nuevo Mundo; el Taller de Danza Contemporánea, después Taller de Danza de Caracas, y la Escuela de Ballet Gustavo Franklin. Ver casi a diario a Vicente Nebreda o a Zhandra Rodríguez o conversar con Lidija Franklin resultaba inspirador. En José Ledezma, Belén Lobo y Elías Pérez Borjas reconozco a los guías fundamentales en nuestro tránsito por el complejo y apasionante mundo de la danza.

-¿Qué piensa de la situación actual de la danza y de la crítica en el país?

-En los últimos 20 años la danza venezolana ha vivido procesos de detenimiento, declive y resguardo. Los cambios políticos, económicos y sociales experimentados tocaron también al ámbito cultural del país. Ese espacio creciente de instituciones independientes que orientaba mayoritariamente la gestión cotidiana de la danza -siempre con apoyo oficial, mayor o menor, aunque sistemático- fue un caso visto como excepcional en Latinoamérica.

El mismo ha sido sustituido progresivamente por el accionar directo desde instituciones estatales, unas pocas preexistentes, otras de reciente creación. La iniciativa privada en esta disciplina artística se mantiene, y en algunos casos se ha acrecentado, gracias a gestiones alternativas personalizadas. Se evidencian ya modos distintos de actuar por parte de los creadores, tanto individualmente como en relación con el Estado.

En cuanto al futuro de la danza, este siempre existirá. Los que diariamente convivimos con bailarines, coreógrafos y maestros, conocemos de sus ansiedades, sus inquietudes y sus esforzados logros. Algo los motoriza y los hace indetenibles.

-Desde el punto periodístico, ¿cómo siente el interés de los periodistas por esa manifestación?

-El periodismo y la apreciación crítica pertenecen al campo de la teoría de la danza, espacio que lejos de enfrentarse al de la praxis, lo complementa. La teoría no existe sin una práctica previa. El coreógrafo y el bailarín representan escénicamente. El comunicador y el investigador analizan, construyen opinión y registran para la memoria.

Todos, en sí mismos, son creadores. Me tocó ser redactor y crítico en momentos, los años ochenta y noventa, de alta exigencia en el periodismo cultural, que a la ineludible información se debía unir el análisis y la interpretación. Visto de esa perspectiva, el ejercicio periodístico y crítico en la actualidad luce distinto.

La danza vivió cambios. Igualmente, su acción comunicacional. En general, el periodismo y el pensamiento crítico se han transformado inevitablemente, debido a la esencia y la dinámica de sus desarrollos tecnológicos. Antes, a cada hecho escénico seguía uno o varios ejercicios críticos, que otorgaban trascendencia definitiva a la obra. Los tiempos actuales son los de la instantaneidad y la inmediatez. No obstante, eventualmente, todavía encontramos en los medios digitales algún texto analítico, escrito con tiempo y solidez, tan reconfortante como necesario.@weykapu

 

Información EL UNIVERSAL