CIUDAD MCY.-Cada vez que Gualberto Ibarreto interpreta un galerón, la experiencia trasciende la mera ejecución musical, pues no solo se limita a cantar, más bien, exhala vivencias y suda recuerdos ancestrales.

Durante muchos años, la voz de Gualberto Ibarreto se ha convertido en un referente  para la memoria colectiva, transportando al oyente a las faenas de pesca, las celebraciones a la orilla del mar y la ricas tradiciones arraigadas en el oriente venezolano.

Por lo tanto, más que un cantor, es un testigo. Un testigo con voz de pueblo, garganta de monte y espíritu de río. Un hombre que no ha dejado de cantar y ha cautivado a muchas generaciones.

Gualberto Ibarreto nació en El Pilar, un caserío del estado Sucre que podría pasar desapercibido si no fuera porque allí la música no se aprende en conservatorios sino en patios de tierra, con abuelos que tallan instrumentos a mano y abuelas que arrancan melodías a las cuerdas como quien exprime un mango maduro.

Antes de los escenarios, estuvo la calle, pero más tarde tomó clases con maestros de academia como Tobías Hernández y Raúl Benedetti.

En 1973, Caracas le abrió una puerta. Fue en la Universidad Central de Venezuela y después en el Festival Universitario de la Canción Venezolana, donde su interpretación de Cerecita, del maestro Luis Mariano Rivera, lo alzó por encima de la multitud.

Ibarreto, más que un cantor, es un testigo con voz de pueblo, garganta de monte y espíritu de río. Por lo tanto, su música sigue conectando por sus raíces y tradiciones.

FUENTE VENEZUELA NEW | FOTO CORTESÍA