***Esta organización humanitaria global no sólo otorga asistencia médica, sino también ofrece apoyo psicosocial, protección a migrantes, resiliencia comunitaria y como nueva misión, el cambio climático***

CIUDAD MCY.-Cada 8 de mayo, en un rincón del planeta, alguien salva una vida, otro tiende una mano, y millones recuerdan por qué aún vale la pena confiar en la humanidad. Ese día se convierte en una fecha que internacionalmente conmemora la existencia de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, trascendiendo y consolidándose  como un acto de memoria, gratitud y compromiso.

Aunque para los expertos no es casualidad que esta fecha coincida con el nacimiento de Henry Dunant, filántropo suizo que, tras presenciar el horror de la Batalla de Solferino en 1859, no pudo volver a dormir tranquilo. Las imágenes de miles de soldados moribundos, abandonados en el campo de batalla, lo llevaron a escribir un pequeño libro: Un recuerdo de Solferino. Ese texto no solo estremeció a Europa, sino que también sentó las bases de lo que sería el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, la organización humanitaria más grande del mundo.

SÍMBOLO DE PAZ EN TIEMPOS DE GUERRA

La Cruz Roja nació con una convicción simple y radical: toda vida importa, incluso, y especialmente en los peores momentos. Fundada en 1863 y reconocida oficialmente tras la firma del Primer Convenio de Ginebra en 1864, esta institución no tiene bandera más que la del respeto por la dignidad humana.

En tiempos de guerra, actúa como mediadora neutral; en tiempos de paz, como una socorrista silenciosa ante desastres naturales, crisis sanitarias, migraciones masivas o pandemias.

En total, son 192 sociedades nacionales que operan bajo los principios de imparcialidad, neutralidad, independencia, humanidad, voluntariado, unidad y universalidad. Estos principios no son una consigna vacía: son la brújula moral que guía a más de 14 millones de voluntarios y personal remunerado que todos los días, muchas veces sin reflectores ni aplausos, llegan donde nadie más ha podido o quiere llegar.

IMPACTO INVISIBLE

Celebrar este día no es solo recordar a Dunant, es, sobre todo, reconocer a los anónimos que sostienen al mundo en sus peores caídas.

En la pandemia de COVID-19, por ejemplo, la Cruz Roja fue un brazo extendido en los lugares más aislados, ofreciendo pruebas, asistencia médica, orientación y alimentos. En las guerras de Siria, Ucrania, Yemen o Sudán, sus emblemas; una cruz roja o una media luna roja sobre fondo blanco, han sido faros de neutralidad, garantizando corredores humanitarios, protección de prisioneros así como la  reunificación de familias separadas.

Lamentablemente, en muchas regiones, el 8 de mayo pasa desapercibido. En otras, se convierte en una jornada de actividades públicas, reconocimientos institucionales, donaciones y formación en primeros auxilios. Pero hay algo que une a todos: la sensación de que, al menos por un día, se recuerda que la compasión organizada puede ser tan poderosa como cualquier arma.

Es importante resaltar además que, en el mundo que vivimos cada vez más polarizado, con crisis humanitarias y desastres naturales frecuentes, el trabajo de la Cruz Roja no solo es necesario: es imprescindible. Más allá de su legado histórico, su relevancia actual reside en su capacidad para adaptarse sin perder su esencia.

CONVICCIÓN Y COMPROMISO

Por ello, para reivindicar este día, se hace la invitación a nuestros lectores a detenerse por un momento y pensar en lo vulnerables que somos y en lo mucho que necesitamos de quienes, por convicción y compromiso, deciden no mirar hacia otro lado cuando más se necesita.

Es así como se deja constancia que este Día Mundial de la Cruz Roja Internacional no es una celebración, sino una pausa para recordar que la humanidad no está perdida. Solo necesita más manos tendidas y menos puños cerrados.

REINYMAR TOVAR