CIUDAD MCY.- Tras los grandes maestros del siglo XIX, surgió una generación valiente que decidió mirar hacia adentro, hacia la luz, las casas y la imponente naturaleza. Ellos no solo pintaron cuadros; ellos definieron la identidad visual venezolana. Fueron el puente entre la tradición académica y la modernidad que puso en el mapa del arte mundial.

Hoy se honra a cinco pilares de esta transición, como Federico Brandt (1878–1932): Maestro de la intimidad. Nos enseñó a encontrar la belleza en el silencio de un interior colonial y en la sencillez de un bodegón. Su pincel nos dio la paz de lo cotidiano.

Asimismo, a Tito Salas (1887–1974): Pintor de la épica nacional. Si hoy imaginamos a Bolívar con grandeza y teatro, es gracias a él. Llevó la historia de Venezuela a los muros para que nunca se olvidara del lugar de donde se proviene.

De igual forma, Armando Reverón (1889–1954): El genio de la luz. El «Loco de Macuto» que se atrevió a pintar lo invisible; el resplandor cegador del trópico. Un artista único que disolvió las formas para encontrar el espíritu de esta tierra.

​Por otro lado, Manuel Cabré (1890–1984): El retratista del Ávila. Nadie amó tanto a esa montaña como él. Convirtió al guardián de Caracas en una obsesión técnica y poética, donde regaló el símbolo eterno de nuestra ciudad.

​Por último, Elisa Elvira Zuloaga (1900–1980): Pionera del grabado. Una mujer visionaria que llevó el paisaje hacia la síntesis moderna. Con sus manos, las artes gráficas en Venezuela cobraron una fuerza y profesionalismo sin precedentes.

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