José Gregorio Hernández, el médico de todos

Desde su muerte, ocurrida el 29 de junio de 1919, a José Gregorio Hernández se le ha descrito como un hombre excepcional que decidió compartir la mayor parte de su vida terrenal con los más desposeídos hasta de la gracia de Dios.

La vida, las buenas acciones y los milagros de José Gregorio Hernández han trascendido a lo largo de los años, generación tras generación. Historias y relatos del doctor dan muestra de que fue “el médico del pueblo”, pero también el de todos.

El 26 de octubre de 1864, el pequeño pueblo de Isnotú, en el estado Trujillo, vio nacer a José Gregorio Hernández.

Para su paisano, José Francisco González Cruz, fue un profesional de la medicina entregado a servir a quienes no tenían nada para curarse, “solo la Fe en el Siervo de Dios”.

Una nota curiosa de su personalidad se destaca en la cronología que escribió el propio José Francisco y que bautizó como “Camino a la Santidad”. Y es que en sus primeros años caraqueños, José Gregorio se enamoró de una muchacha que al final no le correspondió.

Luego, y quizá por intercesión divina, el doctor Hernández fue creciendo en sus otras pasiones como el amor a Dios por encima de todas las cosas; por su familia, una humilde y sencilla que forjaron sus padres campesinos llegados de la Barinas rural a un Isnotú también golpeado por la pobreza.

José Francisco González Cruz regala otra revelación como si hubiese conocido de fama y trato a José Gregorio. “Él se preparó para servir. Fue bondadoso y servicial. Pero una cosa es ser bondadoso y otra servicial. José Gregorio se preparó para prestar un servicio más eficaz en esa bondad”, refirió.

González Cruz dice también del médico: “Él tenía una filosofía de la vida, él decía que los venezolanos debíamos tener una filosofía de vida para estar al servicio de los demás”.

Pero ¿de dónde sacó José Gregorio ese mundo de virtudes? Se pregunta González Cruz, que aunque no conoció en vida, parece haber sido amigo del médico.

José Gregorio, el hombre

Además de conocerse a José Gregorio Hernández como un religioso a carta cabal y un académico, González Cruz lo describe como a alguien que disfrutaba la vida, “le gustaba tocar música, leer, escribir, contemplar la belleza”.

También era buen bailarín. “Le gustaba bailar mucho, iba a la retreta de la plaza Bolívar de Caracas”, tampoco se perdía la oportunidad de asistir a cuanta fiesta le invitaban. Se dice que era tal su nivel en el arte de bailar que las muchachas se peleaban por danzar con él.

José Gregorio era un hombre elegante. Aprendió a confeccionar sus propios trajes. Pero esta cualidad no reñía, para nada, con su dedicación a sus enfermos “Y de la misma manera trataba a los de la universidad, a los intelectuales, fue un personaje muy auténtico”, sentenció con benevolencia el escritor.

Es costumbre en el imaginario de la “religiosidad culta” que quienes van encaminados a la santidad eclesial son reconocidos como unos personajes “angelicales” y hasta extrañados del mundo. Fue José Gregorio, el primer beato laico, quien rompió con ese paradigma por su sencillez y don de persona.

Prescindiendo de las estadísticas o datos oficiales es posible decir que el médico nacido en Isnotú es uno de los personajes más queridos en la historia de Venezuela, los altares levantados en su nombre están en casi todos lados, así como también monumentos con su figura, además de templos y hospitales,

El nombre de José Gregorio Hernández fue puesto a la orden de la Iglesia católica con el calificativo del “médico de los pobres”, no obstante su don de empatía y su modo de vivir en valores hicieron que trascendiera las barreras de las clases sociales para convertirse en el “médico de todos”.

Eferérides